miércoles, 4 de noviembre de 2009

Biografia de Julian Barber

La primera vez q vio a tesla fue en 1893, en la exposición colombina de chicago, y fue allí en tren, con su padre. Era la primera vez q viajaba, y la idea era celebrar el cuarto centenario del descubrimiento de América. Desde el día en que Julian vio a tesla, empezó a seguir sus andanzas por los periódicos, era un gran admirador de tesla, era, según él, un profeta del futuro y nadie se le resistía.
Julian seguía el trabajo de Julian Hawthorne, hijo de Nathaniel, un gran escritor, y su hijo no heredo ese don. Aun así escribió más de cincuenta libros. Hawthorne era amigo de tesla. En 1900 tesla fue a colorado springs y monto un laboratorio. En esos momentos Hawthorne, escribía artículos sobre tesla, afirmando que venía de otro país, habiendo sido enviado a la tierra para una misión especial. La gente creía esos artículos.
El nombre del pueblo era Shoreham. Allí fue donde tesla construyó su torre Wardencliffe, en 1901, 1902,..
Cuando tesla construyó su torre en Shoreham, Julian no podía creer la suerte que tenia. Nunca tuvo el valor de hablarle, pero sentía que con solo mirarlo aprendería algo de su brillantez. Tenía solo 17 años cuando sus miradas se cruzaron, y él sintió como si probara el sabor de la muerte, se dio cuenta de que no viviría eternamente, y se sintió con libertad, comprendiendo que su vida era suya y que podría decidir sobre ella. Fue el momento en que supo que quería ser pintor.
Tomas Moran fue quien le dio la idea. Vivía en Long Island y era un gran pintor. Julian era joven, veinticinco o veintiséis años. Vivía en la calle doce en nueva york, pero pasaba la mayor parte del tiempo en Long Island, donde pintó sus cuadros y vivió sus sueños. Moran había estado en el oeste y se hizo famoso por lo que había pintado allí. Julian no era un pintor como la mayoría. No le interesaban las líneas, ni la abstracción, ni el arte intelectual. Él era un colorista y su tema era el espacio puro y la luz, por eso disfrutaba hablar con Moran.
A los veintidós años su padre murió y heredó todo su dinero: era el pintor más rico que jamás existió, un artista millonario… fue en ese momento cuando decidió que viajaría al oeste. Fue en 1916. Tenía treinta y tres años y llevaba cuatro casado. Ese matrimonio fue la equivocación más grave que podría haber cometido en toda su vida. Se caso con Elizabeth Wheeler, de una familia rica. Lloró en su noche de bodas. Para ella, el homo erectus no era más que horror. Temía enloquecer después de entregar su cuerpo, como le había pasado a las mujeres de su familia.
Pero Julian encontraba sus placeres en otra parte. Aunque al momento de su partida, Elizabeth le rogaba que se quedara, que suspendiera el viaje; y la noche anterior a su marcha se le ofreció, pero como si fuese una mártir. Aquella noche tuvo consecuencias, pero paso mucho tiempo antes de que Julian se enterara cuales habían sido…
Cuando se le presentó la oportunidad, no tuvo remordimientos por desaparecer. Vio la oportunidad de morirse, y la aprovechó. Aunque no lo planeó así… pensaba volver al cabo de tres o cuatro meses. Desde el principio decidió llevar a Edward Byrne, cuyo padre era su amigo. Se compró suficientes artículos de pintura, como para trabajar un año: lápices, carboncillos, pasteles, pinceles, papel, etc. Iba a realizar su mejor obra en el oeste y no quería que le faltase nada.
Viajaron en tren, en abril de 1916. En Salt Lake contrataron a Jack Scoresby, que conocía aquellos lugares, como guía. Julian tuvo dudas sobre Jack, pero estaba muy ansioso por empezar el viaje como para perder el tiempo. Salieron en dirección al oeste, acamparon junto al lago un día o dos, y luego se adentraron en el Gran desierto Salado, donde viajas día tras día y no ves absolutamente nada.
Durante las dos primeras semanas Julian dibujo como un loco. Dibujos extraños, pero dibujos en sí. Sin importarle nada, dibujó. Se detuvieron en Wendeover un par de días y luego cruzaron a Nevada y continuaron hacia el sur. Había montañas cubiertas de nieve, al cabo de un rato se confundían y no era capaz de distinguirlas. El viento soplaba fuerte. El silencio era un silencio sobrenatural. Era un enorme territorio, sin nada alrededor, nada más que vacío en muchos kilómetros a la redonda, aunque la sensación era de encierro, un terrible encierro. En el camino se presentaron varios problemas con Scoresby, quien cumplía su trabajo pero su desprecio hacia ellos no desaparecía. Luego se desviaron hacia los cañones del sudeste, lugar llamado las Cuatro Esquinas, donde se juntan Utah, Arizona, Colorado y Nuevo México. Vagaron durante esos cañones durante varias semanas.
Eran finales de julio, principios de agosto, cuando estaban a cinco días de un pueblo llamado Buff, y Julian pensó que debían llegar allí, para reorganizarse. Scoresby mencionó un atajo que acortaría el viaje un par de días, y viajaron en esa dirección por un terreno muy abrupto, con el sol de cara. Subieron por unos riscos muy escarpados y, de repente, el caballo de Byrne tropezó, y cayó por encima del borde, junto con el jinete. Rodaron por la pared del precipicio, más o menos sesenta metros… al principio, Julian creyó que Byrne estaba muerto, pero tenía pulso, y además de eso, tenía la cara cubierta de sangre, la pierna y el brazo izquierdo fracturados, y una gran herida debajo de las costillas. Scoresby le había disparado al caballo de Byrne, ya que tenia la pata rota y no se podía hacer otra cosa. Al ver al herido en el suelo, levantó la pistola y le apuntó. Luego de que Barber lo apartase, se echó a reír y sugirió abandonarlo, ya que no tenía esperanzas. Pero Julian afirmo que no se apartaría de él hasta que estuviese muerto. Antes de que Scoresby se marchase, Barber le escribió una carta a su mujer, probablemente diciendo que esa era la última vez que sabría algo de él (no se acordaba lo que decía), aunque sabía que nunca se la entregaría, para no correr ningún riesgo. También mencionó organizar un equipo de rescate si él no volvía en una semana, pero tampoco lo haría. Al cabo de una hora después de su partida, Julian comenzó a tener la sensación de que nunca había existido.
Byrne tardó tres o cuatro días en morirse. Aun así, esos cuatro días fueron un alivio, una ocupación que lo mantenía despreocupado, y sin tiempo para asustarse. Se encargó de él, rompió su caballete, para utilizar la madera para entablillarle la pierna y el brazo. El sentimiento de culpa lo mantenía activo. Igualmente sabía que moriría ya que no era posible que alguien sobreviviese a aquello. Lo enterró allí mismo, pero no le clavó ninguna cruz ni rezó. Colocó un palo y un papel, donde escribió Edward Byrne, enterrado por su amigo Julian Barber. Entonces comenzó a gritar. Fue el momento en el que se permitió enloquecer. Paso días y días aullando y manchándose la cara con la sangre que corría por sus manos, lastimadas por las rocas.
Intentó sin mucha esperanza salir de los cañones, pero se le presentaron bastantes obstáculos, como riscos, gargantas, paredes rocosas inaccesibles, etc. Su caballo murió a los dos días, y para saciar su hambre, corto lonchas de carne del animal y las chamuscó con cerillas, pero al acabarse éstas abandonó los restos del caballo. En ese punto, Barber estaba convencido de que su vida llegaba a su fin. Aunque consiguiera sobrevivir, no sería capaz de enfrentarse a la vergüenza, las recriminaciones y el desprestigio. Era mejor que creyeran que había muerto también, así por lo menos conservaría su honor.
Ese fue el momento en el que desapareció Julian Barber… allí en el desierto, bajo el abrasador calor, se borró de la existencia.
La mañana del cuarto día, Barber vio lo que parecía una cueva en lo alto de un risco. Pensó que podría morir allí. Tardó casi dos horas en llegar y al contrario de lo que esperaba, la cueva no estaba vacía. Se extendía casi seis metros en el interior de la montaña y estaba totalmente equipada con muebles, sillas, una mesa, y una estufa. Era prácticamente una casa. También había una cama, y en ella, un hombre que parecía dormido. Pero al acercarse más, descubrió que estaba muerto, más bien asesinado, con un disparo en el ojo derecho. Vio que el armario estaba lleno de comida, y una vez que sació su hambre, se dispuso a deshacerse del cadáver. Dedujo que el muerto debió haber sido un ermitaño, por lo tanto no habría mucha gente que supiera su existencia, salvo el asesino, quien debió haber cometido el crimen hace unas pocas horas, ya que el hombre estaba sin descomponerse ni largaba ningún tipo de olor. Nada le impediría ocupar el lugar del ermitaño: poseían más o menos las mismas características físicas. Asumiría la vida del ermitaño y la viviría por él.
Después de sacarle la ropa, lo llevó detrás del risco, donde encontró un pequeño oasis y donde lo enterró. Mientras tanto, pensaba que tenía comida, agua y casa, una nueva identidad y una nueva vida, totalmente inesperada.
Pasaron los meses… comida, dormía y se sentaba en las rocas observando el paisaje. De repente, la sensación de calma le abandonó, entró en un periodo de irresistible soledad y durante una semana o dos estuvo muy cerca del suicidio. Tenía constantes alucinaciones y temores… más de una vez imaginó que ya estaba muerto, y que estaba viviendo una ilusión, o que el burro era un espectro del ermitaño, y lo mató… después le entró la obsesión de descubrir la identidad del ermitaño, pero no consiguió ningún tipo de información acerca de este.
Al cabo de dos semanas, empezó a recobrar la razón. Comenzó a organizar su vida de la manera más estricta posible: acumulaba las provisiones, se hizo gráficos e inventarios, anotaba todas las noches sus gastos del día para obligarse a seguir con su disciplina, etc. Al pasar dos o tres semanas, le volvió el deseo de pintar, y desde esa misma noche hasta que se le acabaron las pinturas siguió trabajando. Aquello duró dos meses y medio y en ese tiempo llego a hacer 40 lienzos. Sin duda, fue la etapa más feliz de su vida.
Trabajaba para sí mismo, sin la amenaza de las opiniones de un tercero. Dejo de preocuparse por los resultados y se olvidó del significado de los términos “éxito” y “fracaso”. Ya no le daba miedo la soledad que lo rodeaba. Los cuadros que pintó eran toscos, llenos de colores violentos y de energía. No sabía si eran lindos o no, pero no le importaba. Al cabo de un mes y medio de constante trabajo, se le acabaron las telas, asique comenzó a pintar al reverso de los cuadros, y al acabarse estos comenzó a pintar sobre los muebles, y sobre las paredes, hasta que se le acabaron las pinturas.
Llegó el invierno, y todavía tenía varios cuadernos y una caja de lápices, pero en vez de dibujar, comenzó a escribir sus pensamientos, sus observaciones… a mediados de febrero había llenado todos sus cuadernos, y no tenía donde escribir, pero no se desanimó.
A finales de marzo tuvo su primera visita. Estaba sentado en el techo de la cueva, cuando vio a un hombre subir por la roqueda, y lo esperó con el rifle en la mano. Se había imaginado muchas veces la situación pero no creyó que estaría tan asustado en ese momento. El hombre, podría ser un amigo del ermitaño, su asesino o un miembro del equipo de rescate, y solo lo sabría en unos pocos segundos. Resulto que era un tal George, y el hecho de que fuera medio bobo, lo ayudó con la farsa. Era conocido como George Boca Fea, y parecía enorgullecerlo. Por datos que le fue sacando, Barber descubrió que el hombre que encontró en la cueva había estado implicado en actividades delictivas de algún tipo, con una banda conocida como los hermanos Gresham y era probable que ellos volvieran quizás al final de la primavera. El hombre se puso a observar los cuadros de Julian, y quedo impresionado: decía que era lo más bello que había visto en toda su vida.
Después de la visita de George Boca Fea, nada fue igual. Tenía que estar alerta y en guardia. Lo lógico habría sido abandonar la cueva, pero era lo único que tenia y no podía huir. Pasaba casi todas las horas vigilando preparando diferentes estrategias. Al final decidió dormir fuera de la cueva. George le había informado que los hermanos Gresham les gustaba tomar whisky, asique el alcohol lo ayudaría mucho en su plan.
Pasó otro mes, y luego a mediados de mayo, los Gresham llegaron. Venían riendo y cuando no oyó nada, supuso que habían entrado a la cueva. Luego vio salir humo y noto olor a carne. Dejo pasar un par de horas, hasta que anocheció. Espero a que no se escuchara anda, suponiendo que estarían dormidos, y se dirigió hacia la entrada de la cueva. Escuchó ruidos, pero no voces, y pensó que solo uno de ellos estaría despierto. Se asomó y disparó. Al instante, el segundo hermano hacia un intento para salir de su saco de dormir, pero Barber fue más rápido y apretó el gatillo. Pero el tercer hermano, que estaba en la cama, ya tenía le revolver en la mano, y comenzó a disparar. Julian se cubrió detrás de la mesa y accidentalmente apagó las dos velas. El tercer hermano comenzó a lanzar tiros a la oscuridad y a sollozar, y como Barber conocía el lugar donde estaba la cama, espero a que se le acabaran todas las balas, se dirigió hacia él y le disparó dos veces.
Entonces, salió de la cueva tambaleándose, y luego vomitó. Decidió dormir afuera esa noche, y a la mañana siguiente se deshizo de los cadáveres: los enterró junto al ermitaño. Luego en la cueva, descubrió seis grandes alforjas, todas llenas de dinero: había más de veinte mil dólares. Fue en ese momento en el que todo volvía a cambiar para él. No pensó en devolver el dinero, no por temor a que lo descubriesen, sino por el simple hecho de querer quedarse con él. Paso todo el día preparándose para partir. Limpió todos los restos de sangre, escondió sus cuadros, y recogió rocas para tapar la entrada de la cueva, para que en un futuro nadie supiera de su existencia.
Paso la noche fuera de la cueva, y a la mañana siguiente, montó en uno de los caballos de los hermanos Gresham y se alejó, viajando varios días hasta llegar al pueblo de Buff. Se dirigió hacia el norte y a finales de junio llegó a Salt Lake City, donde compro un billete de tren a San Francisco. Fue en california donde inventó su nuevo nombre, convirtiéndose en Tomas Effing. El nombre lo eligió por Tomas Moran, y luego se dio cuenta de que coincidía con el nombre del sujeto que había fingido ser durante más de un año, lo cual lo convenció de que su elección estaba más que acertada. El apellido era un juego de palabras: partiendo de Tomas, se había acordado de la expresión doubtling tomas, pasando a ser fucking Tomas, transformándose en f-ing. De ahí Tomas Effing.

1 comentario:

  1. Holaa, no puedo creer que estoy en 4C del bachi y me encuentro con su trabajo...tengo a panta y me re sirvio su trabajo jajaja

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